viernes, mayo 21, 2010

“La juventud está en el alma”

Un bello jardín, poblado de margaritas blancas, adorna el camino que conduce a la entrada del asilo privado “Feliz Hogar”, perteneciente a la Fundación Humanitaria Internacional Rotary Club. En su interior, una sala de espera y un largo corredor con pasamanos azules da apertura a una aventura en el tiempo, con personajes de blanca cabellera, sabiduría y experiencia.

Son las 09h00, el sol resplandeciente acompaña a los ancianitos de este centro en su caminata matutina por el jardín. A paso lento, caminan y saludan entre ellos: “buenos días, que Dios te bendiga”, es la frase común y de buena suerte que utilizan cada día.

Cerca de 800 mil personas, forman parte de la tercera edad en el Ecuador. El 10 % ingresa a asilos. La edad promedio para la admisión a estos centros son los 70 años.

El asilo “Feliz Hogar” cumple con todos los requisitos de la Dirección de Gerontología del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES). Existen 73 instituciones registradas en esta dependencia y un 95 % son privadas.

Con una blusa roja, pantalón negro y un chal blanco camina por el jardín Charito Garcés, de 80 años. “Me gusta estar aquí, pero a veces me siento triste. Mis hijos no me pueden venir a ver todos los días y a mí me gusta conversar, tener muchas amistades “.

Así como ella, 55 ancianitos más viven en el asilo, recibiendo el cuidado de personas que no son su familia, pero que los asisten y los quieren como si lo fueran.

María de Lourdes Alvarado, directora del asilo, sostiene que la mayoría da las personas que se alojan en el centro lo hacen por obligación de sus familias. “Es un mínimo porcentaje de ancianitos que vienen acá por voluntad propia. La gran mayoría ingresa por obligación y les cuesta mucho acoplarse”.

Patricio Villegas, sociólogo de la Universidad Católica, explica que pasada la tercera edad, el calor de hogar es muy importante para ellos. “El sentido de pertenencia a la sociedad es muy fuerte, al ingresar a estos espacios se sienten desplazados”. Acoplarse les cuesta mucho, pero las ganas de vivir y compartir con sus compañeros les motiva día a día a seguir adelante y realizar las actividades que cada semana les programan.

Continúan su caminata entre el pasto verde y las flores, se dirigen hacia una casa en medio del jardín. “Buenos días, ¿listos para iniciar la jornada?”, grita Manuel Granja, profesor de gimnasia.

Son las 10h30 y a ritmo de “Ésta es mi tierra linda, el Ecuador tiene de todo, ésta es mi tierra linda el Ecuador tiene de todo…”, los viejitos empiezan su clase de gimnasia. Con movimientos suaves pero muy seguros, se ejercitan. Entre ellos mismos se alientan para continuar con su rutina: “dale Luchito dale, esto nos sirve”, dice Alcívar Granda.

Entre risas y cansancio termina la clase de gimnasia, del brazo de las auxiliares caminan hacia sus habitaciones para tomar un baño. Blusa, falda, medias y zapatos blancos es el vestuario que distingue a las auxiliares, que se convierten en la familia de ellos dentro del asilo. “Parecen ángeles, son muy buenas, nos ayudan mucho pero sobre todo nos tienen paciencia y les gusta conversar con nosotros”, cuenta Esmeralda Branco, más conocida como Esmeraldita.

Las auxiliares se dividen en dos grupos: de planta y privadas. Las primeras pertenecen al centro y realizan turnos rotativos para cuidar a los viejitos. Las privadas son contratadas por los familiares para que ofrezcan una atención más personalizada. Los dos grupos cumplen funciones como: acompañarlos en la hora del almuerzo, en las terapias, en la gimnasia, en el jardín cuando dan un paseo y ayudarlos en su aseo personal.

“Apure Doña Esmeraldita, ya está el almuerzo”, dice Sandra Guamán, auxiliar privada. La toma del brazo, y a paso lento caminan por el corredor hacia el comedor. Llegó la hora del almuerzo.

El menú es personal, lo preparan chefs con la ayuda de Raúl Medina, doctor del asilo. Medina crea la dieta de cada paciente según su diagnóstico, ya que algunos tienen diabetes. Pero a todos les dan alimentos bajos en sal.

Terminado el almuerzo, se dirigen a la sala de recreación en donde les espera, Norma González, terapista. Entre rostros de concentración y admiración empieza la clase de terapia ocupacional: pintura para los hombres y tejido para las mujeres.

Sabinita Vaca, de 80 años, entre tejido y tejido, con rostro enérgico, dice “mi marido fue un desgraciado, de gana me casé. Pero sabe me case por las tres cosas: por lo civil, por la iglesia y por tonta”. Según su auxiliar esta historia la cuenta siempre.

En este centro, la mayoría de viejitos sobrepasan los 70 años. Según Villegas, a esta edad les interesa más ser escuchados que escuchar. “Con sus historias pretenden cambiar la sociedad. A esta edad buscan cosechar todo lo que han sembrado en su vida. Se vuelven como niños inocentes”.

Cae la tarde y con gran entusiasmo lucen sus mejores trajes, como si fueran a una fiesta. Se dirigen a la sala de descanso. Es viernes, como de costumbre llega la hora del bingo. “Yo siempre tengo que estar muy bien arreglada. Me encanta el color rojo en los labios y pintarme el cabello”, dice Martita Muñoz.

Así como Martita, a la mayoría de viejitas les gusta estar arregladas. Cabelleras blancas muy bien peinadas, labios rojos y uñas pintadas reviven en ellas el tiempo de su juventud, que permanece latente en su corazón, así las canas y las arrugas se hagan presentes.

Entre gimnasia, terapia ocupacional, bingos y caminatas, gira la vida de los ancianitos. Esperando una visita entre semana o la llamada de algún familiar. “La familia es ingrata, hace seis meses ingresé aquí y sólo un nieto me ha venido a visitar”, expresa Jaime Eduardo Madera, de 87 años.

Con el paso de los días, aquellos niños adultos esperan volver al calor de familia, con la esperanza de que el asilo no se convierta en su último hogar.

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